Cuentos gastronómicos. 1973 El viaje

«Vicent, no vuelvas a Eivissa si no es por enfermedad o por haber pasado penurias en la península», pronunció la voz ronca. El joven Vicent, apesadumbrado, respondió bajando la cabeza en señal de aceptación. 

 

Hasta la fecha aquel chaval de 17 años vivía feliz en la isla, pero su padre se había empecinado en enviarlo a Dénia para que conociese mundo y, quien sabe, para que encontrase un trabajo bien remunerado. El hombre, cuya voz parecía salida de la Cueva de Can Marçà, había pactado el viaje en una barca de pesca con otro Vicent, un reputado patrón de la ciudad del Montgó.

 

Vicent, «el valencià» –como era conocido en el lugar– era un experimentado pescador dianense que tenía permiso para faenar con su barca en las islas. 

 

El martes se embarcaba de regreso a la península y el joven Vicent iba a viajar con aquella cuadrilla de marineros: Tres pescadores de Dénia y uno de Santa Pola, que se había enrolado recientemente.

 

No podía conciliar el sueño. Estaba triste y nervioso. Hacía pocos días que había conocido a Joaneta, una chica de Santa Eulària de pelo oscuro y sonrisa blanca. Tenía miedo de que su travesía marítima fuera un trayecto sin retorno, como el de tantos isleños que habían abandonado las Pitiusas para siempre. Decidió entonces que la imagen de la isla, que preservaría mientras estuviese en tierras valencianas, sería la de la bella Joaneta.

 

Al día siguiente zarpó. En el «Marineta Cassiana» pasó las primeras horas en la litera y en la cabina de Vicent. Contempló la belleza de las gambas al caer sobre la cubierta soltadas con delicadeza por las redes. Aprendió a escoger las mejores piezas de aquel afamado marisco rojo. Colocó los tesoros con cuidado sobre lechos de hielo, tal y como le explicaron los marineros dianenses.

 

Comenzó a sentirse bien. Después vio aquella montaña –el Montgó– en la lejanía y recordó cuando de pequeño visitó a unos primos en Mallorca y conoció la Serra de Tramuntana.

 

Llegó a puerto. Ayudó en la descarga. Le gustó el castillo de la ciudad porque en su imaginario nostálgico se asemejaba a Dalt Vila, en Eivissa. Había mejorado su estado de ánimo. Los marineros tuvieron un detalle con él. Se acercaron a una taberna del puerto. «Bar El Marino», leyó en un cartel. Le invitaron a una cerveza acompañada de pulpo seco bañado con aceite. 

 

Media hora más tarde el dueño del bar le dijo: «esta otra la paga la casa» para añadir «Benvingut a Dénia, terra que es rega amb Sénia».

El joven Vicent sonrió. Empezaba a sentirse como en casa. Después llegaron los erizos.

 

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Comentarios: 1
  • #1

    juan toledo (miércoles, 05 junio 2013 15:13)

    ERIZOS: QUE RECUERDOS CUANDO PASABAS POR EL PUERTO Y COMPROBAMOS DOCENAS Y DOCENAS.CUANTA NOSTALGIA CREO QUE YA NO VOLVERÁN ESAS COSTUMBRES QUE PENA.....